Mi punto: los datos de los antivacunas son erróneos, pero sus dolencias son reales, y la sociedad con privilegio ha tomado la licencia de negarles ese reconocimiento.
El 24 de julio se llevó a cabo una marcha antivacunas en Guadalajara. Por redes sociales se apreciaba una cascada de comentarios reprobatorios, de los cuales recopilo varios: “esa marcha antivacunas es la estupidez más grande que hicieron los del pueblo”; “me dieron pena ajena”; “gente tonta”; “la estupidez humana es infinita”.
Gonzalo Oliveros, periodista de Imagen Radio, compartió una transmisión en vivo de la marcha que comienza con un discurso al altavoz, donde una mujer dice:
“…están siguiendo los pasos para llevarnos a una esclavitud; la gente que está dormida siente que estamos exagerando, pero es porque no saben lo que hay detrás, todo ese plan maquiavélico de la Agenda 2030 que dice que no vamos a poseer nada pero vamos a ser muy felices, que los drones nos van a llevar las cosas a nuestra casa y que ya no vamos a salir…”
Para varias puede resultar cómico creer que la Agenda 2030 es un plan para esclavizar a la humanidad, o confundirla con métodos de distribución de Amazon. En la sección de comentarios de la transmisión, uno de los más favorecidos pertenece a alguien que no lo encontró gracioso: “uno pensando que los covidiotas estaban en otros lados y de repente en Av. Chapultepec”; se deja venir el asco, que parece defensa de “la ciencia y la razón” pero que esconde un odio con un nombre infame. Otro comentario dice “No entiendo por qué dejan que existan y crezcan estos grupos”. La mujer sigue:
“y la gente sigue viendo la televisión, todo el día te están diciendo las veinticuatro horas que te vas a morir; miedo, miedo, miedo. Eso no es normal, ¿Cómo es posible que los médicos estén permitiendo eso?”
¿Qué dice esa cita? Si podemos superar el hecho de que otras personas no viven en la misma realidad que nosotras, ¿qué se dijo? Leer y volver a leer esa cita: es el cansancio ante el miedo; es el hartazgo del terror mortal que acecha en la radio, la televisión, el periódico y las calles; es el miedo al miedo mismo. Se han dedicado millones de letras a criticar la ignorancia de “estas personas”, pero pocas a preguntar por qué se sienten así. La respuesta parece hecha de antemano: porque son ignorantes, y ya.
El periodista en cuestión confronta a la oradora, le dice: “está diciendo mentiras”. Tras recibir una serie de zarandeadas, insultos, amenazas, gritos y un golpe ─hay que reconocer la paciencia con la cual soportó estos abusos─, hasta lo acusan de creerle al gobierno. El periodista se defiende, “la calle es de todos […]. No le creo al gobierno, señor, pero le creo a la ciencia”. Él pide el micrófono y la mujer que lo tiene acepta: “compañeros, compañeros, nosotros estamos criticando al gobierno porque no da espacio para los debates, porque tiene tomada su pinche mesa de salud con quién sabe quién, y no nos da oportunidad de debatir. Entonces nosotros le vamos a permitir que debata, con respeto”.
Al final no le dan el micrófono. Una joven va a hostigarlo diciéndole que es un mentiroso antes de huir a esconderse en la multitud, él la acusa de cobarde y la persigue con la cámara. Al ver esto, el grupo lo expulsa: todas piden respeto al unísono, varias personas se unen al periodista. Ya no tiene destino ni punto, salen los “llamemos a la policía a ver a quién se lleva” y eventualmente llegan dos azules, confundidos con tanto jaloneo. “Piden respeto y no lo dan” es una frase trillada. En situaciones como esta todos pueden decirla, tener la razón y no aportar nada.
Fuera del contingente, algunos dialogan con el reportero. Alegan que los estudios clínicos de las vacunas son mentiras, pero también comparten opiniones basadas en vivencias: que es inaudito encerrar a las personas de la tercera edad por un año para luego ponerlos a hacer filas masivas para una vacuna “experimental”; que no quieren que la vacuna sea obligatoria; uno de ellos pregunta “¿cómo es posible que en navidad estaban diciendo que no podías cenar con tu abuelita porque la ibas a matar, y a las semanas tenían cierres de campaña multitudinarios con 10,000 personas? Es un abuso”.
Tienen varios datos mal: la vacuna Pfizer que recibieron las personas de la tercera edad en México había pasado todas las pruebas clínicas y los cierres de campaña no fueron “semanas después” de navidad. Sin embargo ¿no fue un desastre la vacunación de personas de la tercera edad cuando se desecharon las listas de apellidos sin explicar motivos? ¿No nos molestó a todas ver cierres de campaña enormes? ¿No nos molesta a todas el doble estándar en cuanto a las medidas sanitarias, donde los bares y Expo Moda no cierran, pero los parques y bibliotecas sí? ¿No nos molesta a todas la opacidad de las “mesas de diálogo” donde ninguna de nosotras puede participar, donde no se escriben minutas, y donde apenas llega la sociedad civil que no apoya al Gobierno de Jalisco?
Mi punto: los datos de los antivacunas son erróneos, pero sus dolencias son reales, y la sociedad con privilegio ha tomado la licencia de negarles ese reconocimiento. Al contrario, el periodista echó mano de sus redes sociales más adelante para exponer a quienes lo agredieron en la marcha, publicando sus nombres, sus caras, dónde trabajan y diferentes escándalos en los que se han visto involucrados. Creo que es muy comprensible esta reacción tras las agresiones que aguantó, pero me quedo pensando ¿se podría haber actuado de manera diferente?
Pero yo no estaba ahí, estaba en el tianguis a tres cuadras…
Un día después, en domingo, me encontraba revisando unos libros viejos y gastados en el tianguis de antigüedades de avenida México. Mientras mi pareja revisaba las cámaras análogas ─que se encuentran en un estado sorprendentemente bueno─, me dediqué a curiosear entre los tomos que habían llegado a parar a alguna caja de cartón para acumular polvo y quemarse bajo el sol.
En eso escuché a una pareja, un señor y una señora de entre cuarenta y cincuenta años: ─¿oiga usté se va a vacunar?─ fue lo que preguntó la señora. ─¡Qué me voy a vacunar! [riendo]. Claro que no, ni sé que trae esa chingadera─ el hombre está molesto. Hurgo títulos como Las venas abiertas de América Latina y un libro que simplemente se llama Zapata. La conversación sigue ─es pura agua, no le inyectan nada a uno─ y a pesar de la certeza con la que afirma esto, también expresa su temor de que le puedan inyectar algo que le haga daño. Hay un mundo de información: quizá leyó sobre el servidor que inyectó aire por error a un paciente y se convenció de que todo era una farsa.
Recordando el título de Eduardo Galeano, o a Zapata, reflexiono: quizá la desconfianza ciega ante absolutamente todo lo que hace o dice el gobierno no es tan mala estrategia de supervivencia para una clase social sin acceso a la información para contrastar lo que hoy dicen las fuentes oficiales. ¿Cómo va a saber el comerciante cuáles elementos de la rueda de prensa semanal del Enrique Alfaro fueron verídicos y cuáles no? ¿Creen que la sintonice o que solo reciba extractos, sin contexto, por cadenas de WhatsApp? ¿Es su culpa eso? ¿En serio?
─Pero luego te pueden limitar. Yo oí que te van a pedir estar vacunado para ir al cine o para hacer trámites ─dice la mujer─. Vamos a ver qué puede más, su pinche vacuna o mis derechos humanos ─contesta el hombre. Una mujer y un hombre más estaban husmeando los libros conmigo y, al oír esto, el segundo se une a la conversación─. Discúlpeme que lo interrumpa pero yo estoy de acuerdo. Eso es discriminación.
¡Plop! Pues para ser “gente ignorante”, tienen un entendimiento intuitivo bastante afinado sobre la complejidad de los “pasaportes de vacuna” y lo delicado que es pedir comprobantes de vacunación para el tránsito o el acceso a servicios públicos. La obligatoriedad de la vacunación es un tema que ya se discutía en los más altos jurados internacionales de Derechos Humanos mucho antes de la pandemia. Por cierto, lo único que necesité para conseguir tal testimonio, y un argumento de Derechos Humanos sustancioso, fue callarme y escuchar en lugar de predicar como “persona informada”.
Tomemos uno de los casos de Derechos Humanos más icónicos, adoptado por la Corte Europea de Derechos Humanos: Vavřička y otros contra la República Checa. El señor Pavel Vavřička se negó a vacunar a sus hijas para inscribirlas al preescolar y el gobierno le impuso una multa, además de negarles la inscripción. Pavel alegó que, bajo la Convención Europea de Derechos Humanos, se dañó su derecho a la libertad de conciencia, su derecho a ser libre de toda interferencia gubernamental cuando esta no fuera necesaria para una sociedad libre, la seguridad nacional, la seguridad pública, o el bienestar económico, y su derecho bajo la Convención de Oviedo a rechazar cualquier intervención médica. El caso se admitió en 2014, pero Vavřička lo perdió el 8 de abril de 2021. La Corte admitió la obligatoriedad de la vacunación, pero no sin deliberar por años.
En realidad me parece de lo mas intolerante y elitista descartar todo lo que dicen los antivacunas solo porque son “ignorantes”. No tienen el mismo acceso a la información que otras personas, pero su existencia como movimiento invita a la reflexión, no al exterminio (y exige, legítimamente, el reconocimiento). Por supuesto que todas tienen una parte de responsabilidad en informarse. Sin embargo, una de las principales advertencias de la Organización Mundial de la Salud fue que la “infodemia” sería el enemigo más grande a vencer, y también hay un enorme peso de responsabilidad sobre los gobiernos de los tres órdenes, que tienen la obligación de informar a su población.
Es muy fácil decir que todo es culpa de la gente del parque porque son ignorantes, pero no estoy de acuerdo con esto y quiero señalar algunos puntos. Primero: todas somos profundamente ignorantes sobre varios temas. Segundo: si tanto nos molesta que ignoren, sería mejor ayudar a informar en lugar de denostarles. Tercero: es urgente reconocer que, si bien los datos que manejan los antivacunas son erróneos, muchas de las demandas políticas que expresan tendrían más sentido si estuviéramos dispuestos a oírles, y tienen un fundamento, más allá del dato correcto o incorrecto, en su vida diaria.
Finalmente, si a la gente le preocupa que en la ciudad merodeen grupos activistas que basan su agenda en la desinformación y el negacionismo, a mí me preocupa más que entre la “gente culta”, bien informada, que defiende “la razón, la ciencia y la verdad”, se acepte tan fácilmente la idea de que a estos grupos se les debería exterminar, desarticular y censurar de inmediato. No concuerdo, y si nos sentáramos a escucharles (quizá, en lugar de acusarlos de idiotas), podríamos ver que la vacuna puede ser la excusa, pero no la motivación para manifestarse.