Vamos a la parte alta de la tercera entrada y en el sonido local se escucha la voz de Alex Lora y el Tri: “La raza me dice, que todo lo que hago, que todo lo que hago, que todo lo que hago está mal. Y yo no sé por qué…Yo le echo muchas ganas, pero nada me sale bien”. Por un momento el respetable se olvida de la pizarra y de la estrategia del rey de los deportes; poco importa si los Charros de Jalisco van ganando o van perdiendo, la expectativa es ver salir al Monky Chango. La botarga animadora de los toleteros jaliscienses y la más famosa de la Liga Mexicana del Pacífico. En los dos tercios restantes del juego estará jugueteando con la gente desde la línea de primera o tercera base, persiguiendo las bolas que caen de faul o bien interactuando con jugadores locales o visitantes. Sin faltar las burlas a los rivales por jugadas mal ejecutadas.
La gente se desborda en aplausos, saludos, chiflidos y mentadas de madre a quien solo tiene una encomienda que cumplir: “hacer que la gente se divierta y pase un momento agradable en el estadio. Ese es mi trabajo. Me pagan por él y lo disfruto”, comenta en el interior de su vestidor momentos antes de enfundarse en el disfraz que él mismo ha ideado. Las máscaras las compra en Chicago y “el peluche es de la Parisina”.
El disfraz produce una transformación profunda que lleva al hombre ensimismado e introvertido a convertirse en un personaje “que me recuerda a mi niñez. De niño era travieso, maldoso, grosero, problemático, vago y pandillero. En mi casa era muy serio, tranquilo, pero solo pisaba la calle y me transformaba en un niño mal educado; como ahora es el Monky”, recuerda, al tiempo que bebe un suero de sabores. “Por eso yo digo que ahora la calle de mi niñez es el terreno de juego”.
El personaje del Monky lo crean unos empresarios de San Luis Potosí, dueños de un equipo de básquetbol que querían copiar al chango animador de los Soles de Phoenix de la NBA. La primera persona que eligieron para usar el disfraz no dio el ancho. “No animaba, no prendía a la gente. A mí me descubren en un evento privado mientras yo bailaba, porque era profesor de baile y de educación física. Me vieron y me invitaron. Me dijeron: con que bailes es suficiente”. Así fue como en septiembre de 1992 “le di vida al personaje del Monky, a quien he acompañado por treinta años de carrera profesional”. Los Diablos Rojos del México fueron la primera novena que lo llevó al béisbol, por iniciativa de Roberto Castellón, quien también fue pieza importante para que el Monky llegara a Charros de Jalisco.
“Pinche chango maricón, puñal”, suena el griterío desde las butacas que con desesperación lo llaman para saludarlo, tocarlo, ofrecerle una bebida o tomarse una fotografía. A los aficionados que visitan el estadio panamericano les gusta el béisbol y disfrutan las peripecias del Monky, quien, de ser necesario, también ayuda a calmar los ánimos en las tribunas para que no se desborden. “La gente piensa que yo no me quiero acercar, pero son los directivos quienes no me permiten cruzar la primera línea de butacas. No quieren que me suba a las gradas porque distraigo a la gente y dejan de ver el juego”. Por esa restricción, todos los bailes, esqueches y bromas que improvisa las realiza desde el campo, lo que no resta intensidad a su trabajo. “Lo primero es el respeto. Cuando veo que la gente quiere jugar, me acerco y juego. Cuando no quieren jugar no los molesto”, debe quedar claro que “yo no inicio las bromas”. Con un solo grito arranca la rabia de los espectadores: “¡Arriba el América!” Los recuerdos a su progenitora no se hacen esperar.
Es la quinta entrada y el Monky comienza a incitar al público a que haga ruido y chifle para distraer al lanzador de los Yaquis de Ciudad Obregón que van a la mitad de la serie contra los locales. No solo “debo animar y entretener a la tribuna, también hago que distraigan a los lanzadores rivales”.
El Monky es originario de San Luis Potosí, donde vive con su esposa y sus dos hijas. Además de su trabajo como botarga, entrena equipos de fútbol de niños. Su personaje ha participado con 14 equipos deportivos profesionales, desde basquetbol, futbol y béisbol. Ha animado maratones, copa Davis, lucha libre, olimpiadas nacionales y carreras de autos. Cuando participa con otros equipos, solo se cambia la playera, “pero el espíritu del Monky se mantiene”. Hasta en las bodas o eventos sociales que lo contratan, “el Monky siempre es el Monky”, comenta. “Me han invitado a entrenar equipos de futbol de fuerzas básicas de San Luis Potosí, pero el Chango me da más. De todas las botargas de México, yo soy quien gana más”.
Es el momento de la confesión: “no me gusta el béisbol, estoy en él por mi trabajo, a mí me gusta el soccer. Antes le iba a las Chivas, pero desde que se retiró Benjamín Galindo, el mejor jugador de México, ya no”.
A sus 49 años, luego de tres décadas de ser el Monky, no ha parado de trabajar. “Me veo unos diez años más haciendo este personaje. El año pasado me quería retirar, pero la pandemia me lo impidió. Me fue muy mal. Los eventos sociales se cancelaron. Lloré por dentro, ¿qué voy hacer?, me preguntaba”.
La tirilla va acercándose a la novena entrada. El frío cala con más intensidad. El entusiasmo no recae en el Monky, quien, hasta el último momento, hasta que se canta el out 27, no deja de desquitar su salario. Para fortuna de los aficionados tapatíos, los Charros ganan 9 a 8 con un walk off en la décima entrada y las tribunas estallan de emoción. La serie con Ciudad Obregón se empata.
De regreso a su vestidor, el Monky guarda sus emblemáticas máscaras para irse a descansar. El día ha sido largo y mañana habrá que regresar a media tarde para preparar nuevamente su espectáculo.
“Esta plaza es extraordinaria, es mi favorita, es muy importante para el deporte en México. Estoy muy contento de formar parte del proyecto Charros de Jalisco, me encantaría hacerlo por más de 10 Años”, confiesa emocionado.